domingo, 23 de diciembre de 2007

CUENTO DE NAVIDAD: " ROSA Y LAS JUDIAS MÁGICAS"

Érase una vez que se era, una buena y noble mujer llamada Rosa. Vivía en un país no lejano, al Sur, dónde abundan las cosechas y no las riquezas.
Rosa tenía una gran familia: marido endeble de salud y de carácter, suegra e hijos.
Se encargaba con gran esmero de su casa y de los suyos, aprovechando la oportunidad, si se le presentaba, de ayudar al que lo necesitase.
Era dulce con todos, paciente y diligente. Su abnegación fue puesta a prueba con sus hijos, en concreto con dos, Mercedes y Ramón, quienes hacían por veintidós.

Mercedes, según decían los vecinos "estaba mal de los nervios" y veía visiones. En plena juventud tuvo a una niña, Rosita, a quién su abuela criaba como una hija.
Ramón era grande y fuerte como un oso, pero su cabeza funcionaba como la de un bebé de meses.
Así, mientras cambiaba los pañales a Rosita, bañaba a Ramón, con la esperanza de que no repitiera la costumbre de hacerse "pis" nada más bañarlo. A su vez atendía a su suegra, enferma, a su marido, y a su hija con las visiones , que la dejaban en el sofá sin poder hacer nada.
La cocina de Rosa era como una fábrica que no paraba de producir, para alimentar a tantas bocas, y además, como el dinero era escaso, trabajaba fuera del hogar, limpiando casa ajena.

Todo, todo, lo hacía Rosa con sonrisas, aunque de vez en cuando, asomase alguna lágrima.


Una mañana próxima a la Navidad, Rosa fue a su parroquia a recoger las bolsas de alimentos "especial Navidad". Le acompañaba su marido, pero él no entraba en la Iglesia, porque era tímido...; Rosa recibió una tarjeta de felicitación por las Pascuas y en lugar de los alimentos, le entregaron en la mano un puñado de no se qué cositas. Rosa abrió su mano y se encontro un puñado de judias blancas. Sonrió, pensando que era una broma, pero guardó las judias en el bolsillo izquierdo del abrigo. Después le entregaron sus alimentos.

Una voz le susurró al oído:- "Rosa, siembra las judias en tu mejor maceta".

Una vez en casa, tantas cosas qué hacer..., pero no se olvidó de sembrar aquellas judias en una maceta de cintas que tenía colocada en la terraza, mirando al Sur, que mitiga el frío del invierno.

Las judias que plantó Rosa, eran así:



Las noches solían ser largas para Rosa, pues cuando no lloraba Rosita, se quejaba Mercedes, o se despertaba Ramón; y cortas, cuando tenía que levantarse a las seis para jugar con su Ramón, porque era su hora favorita para jugar con mamá.
Esa misma noche, en mitad de un inquieto sueño, Rosa se despertó. Se levantó y miró por toda la casa, todos estaban bien. Hacía frío , se abrigó con la bata y asomándose a la terraza vió algo dorado, con trazas verdes muy luminosas. -¿ Qué será?, pensó. Y tomando una mantita abrió la puerta de la terraza y descubrió algo asombroso. Las cintas no eran cintas, eran largas ramificaciones de un verde tan brillante cómo no había visto hasta entonces. En el tiesto, monedas, las suficientes para el día siguiente. Y un pequeño arpa, que al tocarlo, emitía la música más armoniosa jamás escuchada.

No pudo dormir en toda la noche. Cuando a las seis Ramón se despertó, fue con él a jugar; al moverse , tocó el arpa que guardó en el bolsillo izquierdo de su bata. Emitió aquella música, de tal forma, que Ramón, cayó en un profundo sueño.
Rosa pensó que el arpa relajaría a sus hijos, de forma que la utilizó, sin abusos, para tal fin. Era una poderosa medicina de paz en aquella casa, y de mejoría para las enfermedades.

Igualmente, cada día , cuando la Aurora sale con sus rosados dedos, se encontraba en el tiesto, las monedas suficientes para el pan de cada día.

Rosa dió gracias al cielo, y cada despertar, vive su milagro.

Y colorín , colorado... este cuento se ha terminado.

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